Mi percepción del país, desde hace muchos años, ha sido de que existe una esperanza, alimentada por los cumulativos efectos del progreso material, el cual, por chorreo, permitiría que las oportunidades y el bienestar llegaran a las personas a las cuales les ha sido más esquivo. Ahora esto ha cambiado.
Quizá por escuchar tanto a Fernando Villegas (me caía muy mal, hasta que su actitud se hizo más amable con el tiempo) me he vuelto un pesimista (¿un realista?), que ya no cree en que exista la masa crítica de buenas intenciones, decencia, honestidad y capacidad de trabajo que se necesita para comenzar un cambio real en nuestra sociedad.
El principal problema que tenemos que atacar el cáncer de nuestra sociedad, que es la mediocridad. Somos realmente (y me incluyo hasta cierto punto) horribles como masa de personas. Las dinámicas individuales, las que hasta cierto punto salvan, a nivel colectivo se retuercen hasta convertir a la mayoría en personas:
- en las que no se puede confiar
- por principio básico de reciprocidad, que no confían en los demás
- mentirosas
- incapaces de ser disciplinados
- incapaces de asumir responsabilidades
- incapaces de decir y de escuchar las cosas tal y como son
- que no creen en el trabajo y el esfuerzo como medios legítimos para salir adelante
- deshonestas
- incapaces de hacer esfuerzos constantes para lograr cosas a largo plazo
- con una falta de autoestima tremenda.
De muestra, algunas situaciones enfermantes:
- ¿Quién no ha escuchado, incluso desde niño, que si no "aprovechas" de calarte en la cola, "eres tonto"?
- ¿Quién se atrevería a dejar la bicicleta tirada en el antepatio de la casa? Habría que ser realmente "tonto" para hacerlo.
- ¿Qué porcentaje de los compañeros del colegio cumplía con traer sus tareas, bien hechas, y estudiaba clase a clase?
- ¿Quién se echa la culpa y reconoce un error cometido en el trabajo, sin escudarse en un email con el que puede intentar responsabilizar a otro?
- ¿Quién es capaz de decir las cosas como son, de manera limpia y respetuosa? ¿De qué sirvió que la segunda división del fútbol ahora se llame "primera B"?
- ¿Quién se lleva alguna fruta que no tenga el mejor aspecto en el supermercado, para dejarle al que venga después la posibilidad de que le toquen frutas buenas?
- ¿Quién respeta un semáforo? ¿Quién se guarda los chicles usados en su envoltorio para botarlos en el primer basurero que encuentre en su camino?
- ¿Por qué ser nana, ser peruano, ser mapuche o ser pobre es indigno y mal mirado? ¿Qué diablos nos creemos, piojos resucitados, de hablar de "nanas argentinas" para sentirnos superiores a los del otro lado de la cordillera, sólo porque han estado en crisis estos últimos años?
- ¿Quién no copió en clase?
Realmente dan ganas de irse de Chile. A veces pienso que en nuestro país y, en particular, en Santiago, no es posible ser feliz. Quizá las películas gringas de los años 80 me dieron la lucidez suficiente para darme cuenta de que lo normal sería que uno pudiese dejar la bicicleta tirada en el pasto, y el único peligro fuera la corrosión por humedad. Ante eso, la realidad actual espanta. Ya ni siquiera se sueña con vivir en una casa, porque entrar a robar es muy fácil. Departamento es la solución... y hasta los departamentos son robados.
Trabajo en el centro de Santiago. Caminar por sus calles es una experiencia desoladora. Uno simplemente no puede confiar en nadie. Los bolsillos traseros simplemente no los puedes utilizar más que para los pañuelos desechables. La gente te mira con desconfianza. Nadie sonríe, y si tú lo haces, te miran extrañados, quizá porque con eso recuerdas la propia oscuridad y amargura del resto. Al final te comportas como en la selva, cuidándote de que no te coman.
Andar en metro es una experiencia medio deprimente. Aparte de la falta de aire, que en verano se extrema, ves a la gente seria. Todos serios. Un amigo me dijo que puede ser simplemente que a las personas no les guste sonreír o expresar alegría delante de otros, pero no creo su tesis, porque cuando miras a los ojos ves lo mismo que las caras. Amargura, ansiedad, preocupación, como si la gente sólo pensara "otro día más de la misma basura en el trabajo". ¿Cómo puede ser que nadie sonría con una canción de su mp3 player o algún párrafo de su libro?.
Ah.. y los políticos son otro cuento. Me dí cuenta (y cuando lo hice, quedé consternado), que los políticos, en un altísimo porcentaje, mienten casi todo el tiempo. Cuando escuchas algo que dicen, ya sabes que en realidad su realidad es A, pero saben que no pueden reconocerla, y dicen B. Por defecto hay que mentir o, al menos, adornar la realidad.
- ¿Puede el ministro Cortázar decir que en realidad se tuvo que hacer cargo de un cacho con el Transantiago?
- ¿Ha reconocido el gobierno que están intentando salvar un proyecto que hace agua por todos lados?
- ¿Reconoció el ex-presidente Lagos que el diseño del Transantiago también era malo?
- ¿Qué quizo decir el senador Fernando Flores con el eufemismo "errores éticos", al momento de hablar de ciertas conductas de políticos de su ex-partido, el PPD?
Esto de la mentira se está aceptando implícitamente entre la gente. Basta con ver o escuchar programas de análisis político, en donde se discuten las verdaderas situaciones que enfrentan los políticos y sus verdaderas intenciones, detrás de lo que dicen. Eso es reconocer, sin decirlo, que lo que dicen está en función de una agenda que no pueden revelar. Es cosa de recordar los análisis sobre lo que dice el gobierno, sobre lo que dicen los ministros versus las precarias realidades con las que tienen que batallar. ¿Qué pasaría si el ministro Cortázar pudiera decir lo que realmente hay en su cabeza?
Estamos jodidos desde pequeños, porque no aprendemos disciplina, generosidad, rectitud, buenos hábitos. Por otro lado, desarrollamos una baja autoestima visceral, que se deja entrever cuando:
- basureamos los esfuerzos de otros
- miramos en menos y/o rechazamos a los que son distintos (chinos, peruanos, bolivianos, mapuches, feos, negros, tuertos, mancos, homosexuales)
- nos sentimos mejores cuando creemos estar más cerca de lo caucásico, de Las Condes, de las "buenas marcas", cuando tenemos una nana peruana, etc.
Todas estas son actitudes que hos hacen sentir mejor, compensando nuestras propias falencias. Esto redunda en la actitud tan arraigada de tirar para abajo al que sube, porque no podemos soportar verlo mejor que nosotros. Esto me hace recordar la escena de la película "La Pasión de Cristo", en donde el demonio grita desesperado en el momento en que se da cuenta de que el que murió en la Cruz era Cristo, que lo venció. Ese grito desesperado, demoníaco, es el que tenemos por dentro cuando la envidia nos corroe y no podemos soportar el éxito ajeno. Por otro lado, tenemos un éxito que ni siquiera es definitivo, y se lo refregamos en la cara al resto, deseando provocar envidia...
Como la gente es deshonesta, y las leyes tienen que ser hechas para nosotros, son tremendamente densas y alientan altos costos de transacción, porque deben impedir el accionar de los "vivos", imponiendo trabas a la deshonestidad que, por supuesto, también lo son para el accionar honesto de los pocos que no son "vivos". El tema de los costos de transacción no es menor. Si hoy en día las leyes imponen burocracias tremendas, exigiendo papeleos al punto del hastío (¿alguien por ahí se ha tenido que mudar de casa últimamente? Comprenderán lo que les digo), no es sino porque no se puede confiar en la gente. El costo de hacer cosas, de operar en la economía, se va haciendo mayor simplemente porque los engranajes son complejos y no están aceitados, producto de la falta de confianza en los otros.
¿Podremos generar la masa crítica que nos permita cambiar, o mejor considerar irse a vivir a otro lado?